martes, 2 de junio de 2009

TARDES DE LUZ

Nunca supe si era montaña o estrella. La mera sucesión de las horas inconmovibles y los aguaceros tibios no aportaban elementos que permitieran discernir la naturaleza del fenómeno. A mis pies estaba la llanura pelada, extraña en su extrañeza misma, y el diablo mandinga de piel nocturna que no perdía ocasión de sugerirme su receta infalible: dejar colgado el tiempo y anunciarme por la ciudad libre como los taxis. Lo que fuere está en lo alto y su comprensión me ha sido vedada. Y así se lo decía al agua misma y al mismo sol. Yo soy yo, les decía, y mientras yo me pienso empachado de canela e imagino el qué será, soy arrastrado por el río de las causas y los efectos, de las palabras y las razones, sin apenas tiempo para nadar y guardar prenda de lo que pudo haber sido y no fue. Últimamente, apenas si puedo atesorar en mi memoria algunas tardes de luz.

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