jueves, 11 de junio de 2009

COMO UN VIOLONCHELO EN CLAVE DE SOL

Antes o después del tiempo, o superpuesto a él, ella vive conmigo, es decir, me compone. Utiliza para ello la sustancia del llanto, fragmentos muertos de pura indiferencia y poemas-madera que aprovecha para dar voz al bosque. Resulta difícil de creer pero a 78 revoluciones por minuto la sensibilidad se transforma y surge la música sobre cuya densidad se construyen los rascacielos de orden interválico. Es la música concreta, algo capaz de sobrepasar los pelillos y la cera de la oreja, la que tiene por misión dotar de vida musical al erial de silencios cerebrales donde de normal no pasa nada. Ella trabaja su música por aproximaciones sucesivas utilizando para ello, entre otros, el órgano de la boca. Pero no siempre las cosas salen bien. A veces el arco se queda inmóvil y la resultante es un sonido injusto, una música en blanco y negro salpicada de pequeñas liturgias mal amasadas, medio crudas unas, medio chamuscadas las más. En otras ocasiones, empero, se producen momentos maravillosos como cuando la negra semicorchea menea su cuerpo a medio centímetro del mío, cimbrándolo como dios le da a entender. En esas y otras circunstancias parecidas, aúllo por dentro como un violonchelo en clave de sol.

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