lunes, 8 de junio de 2009

EN EL VÉRTICE MISMO DE LA ESCORIA

A cubierto tras su camisón de amianto gris, dispara a discreción bucles de sonrisas que me abomban, percutiendo inmisericorde sobre mi sexo la dúctil espoleta del deseo. El escándalo de nuestros besos no quedará impune, me dice, mientras arranca de mi pechera de pizarra, uno a uno, el medallero de ojales ganados en viejos combates que tenía por costumbre lucir con orgullo los días de desfile y otras fiestas de guardar. Deshonrado y todo, no puedo quitar ojo de los poderosos labios que, como imanes, se atraen la oscuridad, magreando sus carnes hasta que, azogados de un lado para otro por la bisagra de la pleamar, terminan siendo poseídos por otros labios que les reclaman el estricto cumplimiento de la misión que tienen asignada. Con las manos atadas a la espalda, me empujas contra la tapia de la memoria, y vuelves a disparar. Acariciando los abismos, los guepardos se agazapan temblorosos en el vértice mismo de la escoria, y yo con ellos.

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