sábado, 27 de junio de 2009

EL INTÉRPRETE Y EL CENCERRO

No hay un signo preciso que indique cómo debe ser tocado el cencerro sobre la cabeza del intérprete, y así ocurre que, horrísono e inconmensurable a un tiempo, cada día de ensayo reinaba en las alturas de la estancia el puro vendaval de la crispación. Empero, siendo las cosas así no resultaba menos cierto que todo lo que sucede al intérprete, hasta el misterioso sonido de la niebla, tiene una cierta andadura temporal, un tempo, y como se quiera que el tiempo del cencerro pareciera eterno, pensé que, una de tres: o lograba quebrar de alguna forma el sonido, o me protegía mientras interpretaba introduciendo la testa en la cámara de plomo que tengo por nevera, o mis orejas acabarían siendo devoradazas por la estridencia de los parásitos que reinaban en el éter. Como casi siempre, la realidad no tuvo nada que ver con ninguna de las opciones previstas: un buen día amanecí suspendido, colgado como quien dice del ventilador a modo de un metrónomo loco. Con el paso del que todo lo puede aprendí a quererlo, me refiero al cencerro, y ya sea abierta, aleatoria o serialsta, o como sea que sea la forma que adopte su sonido, lo cierto es que hoy por hoy le necesito.

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