sábado, 26 de diciembre de 2009

CUANDO DUERMO CREO QUE EXISTES

Atardezco como atardece el otoño en esos atardeceres a los que nos tiene tan acostumbrados cuando se da la feliz coincidencia de que es otoño y está atardeciendo. Es una pena que ya no sea otoño para que los atardeceres puedan coincidir con él, como lo es también el hecho de que sólo existas cuando renuncio a mí. Eso está mal dicho. Lo que quería decir es que es una pena que no existas de normal y que sólo existas cuando renuncio a mí, momento éste que suele coincidir con el atardecer. También existes cuando las cosas dejan de estar en su sitio y empiezan a estar donde no deberían estar. Por ejemplo, esa pastilla de jabón. En este instante, la única razón conocida que justifica tu existencia es que la pastilla de jabón está en el suelo, medio escondida en el quicio de la puerta del baño, y no donde suele estar que en este caso y sin que sirva de precedente coincide además con el lugar en el que debe estar. Menos mal que el mapa de pulcros recuadros en el que convirtieron el sueño del baño todo lo oculta. Pero bien mirado hay más circunstancias en las que existes. Olvidar en plena búsqueda aquello que se está buscando hace que el tiempo se pare. En esos casos, cuando el tiempo se para, también existes sin necesidad de que esté atardeciendo y que renuncie a mí. Cuando te olvido no sé si existes. Por ejemplo, cuando los ocupados se olvidan de los desocupados no saben si los desocupados existen o no, o si existen les importa una mierda. Esa es una ley general. Para olvidar ésta y cualquier otro tipo de leyes similares lo mejor es dormir escuchando el tranquilizador rumor del agua en su ir y venir por las cañerias la casa hasta convertir este ruido en el ruido de fondo de tu propia cabeza. Cuando duermo creo que existes.

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