jueves, 24 de diciembre de 2009

EL CONGELADOR

En el congelador guardaba un par de bombillas en aparente buen estado, unas viejas zapatillas muy cómodas, de esas de estar por casa, y un despertador extremadamente grande y redondo al que se habían adherido un manojo de cubitos de hielo. Cuando aquella mañana abrió la puerta de habitáculo invernal, el frío rodeó sus manos y tiró de ella hacia dentro. Su reacción instintiva fue tirar de sí misma hacia afuera, pero la cosa no pintaba fácil porque a la fuerza del frío del congelador se sumó a la de su frío interior, y la fuerza unida de ambos fríos logró engullir en su santiamén sus dos brazos, colocando la nariz y el resto de la cara, que ya tenían claros síntomas de congelación, a las puertas mismas del infierno de hielo. En un esfuerzo supremo hizo palanca con los pies y también con el culo y, jugándoselo todo a una carta, dio un empujón enorme hacia atrás logrando así zafarse de esa fuerza rabiosa con aspecto de perra loca que pretendía enterrarla en lo más recóndito del congelador. Aún aturdida por el impacto físico y emocional de lo que había ocurrido, se dio cuenta que en la mesa de la cocina estaban preparadas un par de bandejas con hojas de acelgas rellenas de arroz, algo asqueroso para personas a las que, como era su caso, no les gustaba ni las acelgas ni el arroz, y algo preocupante a la vez porque se supone que esa era su cocina y jamás se le hubiera pasado por la cabeza preparar algo parecido. Estaba claro que alguien, no se sabe bien con qué propósito, pretendía que abriera la puerta del horno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario