lunes, 28 de diciembre de 2009

EN MI RETINA

Su imagen persiste en mi retina y se mueve, y eso que acabo de decir tiene mucho valor porque lo digo sabiendo como sé que tanto la imagen como el movimiento no son sino pura ilusión. Pues bien, la ilusión de su imagen que se mueve en mi retina pareciera moverse sacudida por un viento que pone nervioso al más pintaó, un viento que pareciera también capaz de remover la amalgama de azogue tranquilo donde se esconden si no todos sí al menos una parte significativa de los secretos del mundo. Tan es así la cosa que algunos que me acompañan arrancan a pronunciar nombres de dioses en una especie de letanía más propia de una agrupación creyentes desesperado que, como es el caso, de un grupo de náufragos irredentos y borrachos que acaban de salir del cine satisfechos después de consumir a euro el cuarto de hora de obra maestra. Sordo por costumbre y ciego por afición, aún así no soy capaz de quitar su ilusoria imagen de mi retina. Tan inútil como preguntar a la luna qué hace en el cielo, así de inútil me veía yo preguntando a la imagen de aquella mujer, armado con una voz más o menos convincente, qué diantre hacía en la retina de mi ojo. Este naufragar ininterrumpido en el que se convierte la vida, que es como un temblor sordo capaz de cambiar los destinos del mundo cada cincuenta metros, me fuerza a funcionar con la eficiencia y la discreción propia de un franciscano, es decir, llorando y riendo pero todo a un tiempo, siempre con reverencia, siempre con algún resabio de temor. Vistas así las cosas, comprenderán que me cueste mirarme cara a cara en el espejo del baño y comprobar todos los días cómo crecen en mi rostro las inconfundibles llagas del aburrimiento. Este mirarse sin miramiento alguno es un acto que requiere valor. Y darse la vuelta y hacer como si no pasara nada, también requiere valor. Afortunadamente, su imagen aún persiste en mi retina y se mueve.

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