miércoles, 23 de diciembre de 2009

LA TE

Late en apocalíptica señal, esta vigésima tercera letra del alfabeto español, cuando proveniente del Tau de los griegos aparece como una cruz sin cabeza. Basta para convocarla con arrimar la punta de la lengua a los dientes posteriores y despedir el aliento para, a renglón seguido, volverlo a contratar. Así se pronuncia la te y, si hiciera falta, la doble te, con el peligro de que le ocurriera como al forjado de doble te, donde las tes se oponían por la base. También pueden llegar a oponerse por la altura, produciendo un grito tan alto como el que tuvo que escuchar San Antonio Abad, ese de “te voy a matar”, proveniente de un enemigo que se echó por esos caminos de dios, a lo que el santo respondió con eso de “Como no dejes de decir tonterías te pospongo al verbo y te me conviertes en enclítico”. Los niños y los tartamudos usamos la te como muleta en sustitución de la terrorífica ese, mudando así el “si señor” habitual por el ti teñor, que es como nos expresamos cuando queremos decir al que manda que no se preocupe, que lo hemos entendido todo a la primera y que no hay ningún problema. Debe evitarse, por compasión o por lo que quieran, pronunciar las tes finales de sílaba como si fueran zetas. El objetivo de este esfuerzo es que el ritmo siga siendo ritmo, sin necesidad de que lo convirtamos en un rrízmo irreconocible. A estas alturas ya se habrán dado cuenta de que, dental, oclusiva y sorda como es, la te poco o nada tiene que ver con el té de las cinco.

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