martes, 29 de diciembre de 2009

VIVITOS Y COLEANDO

No crean que resultan nada fácil de atender las rigurosas instrucciones que, seguidas al pie de la letra, me permitirán entrar en su cabecita loca, de ahí que en ocasiones me entren dudas de si merecerá la pena transcribir éste o aquél recuerdo, o si esta historia será apropiada para según que paladares, o si beber agua infectada por el cuerpo de un suicida resultará un hecho lo suficientemente contundente y novedoso como para llamar su atención y que los más agnósticos del lugar empiecen a pensar que estoy hablando en serio. Sea como fuere, no tengo otra que volver a intentarlo, y como de alguna forma tengo que empezar empezaré diciendo que fue una lágrima muerta y envuelta en tristeza la que dio forma primero al mundo, un mundo que por cierto presumía de eternidad, y luego a sus ojos, que bastante tenían con saberse bellos. Vivió en su corazón durante más de mil años hasta que al final huyó de aquel lugar ayudado por las alas de un millón de mariposas. Conforme levantaban el vuelo miró hacia atrás y descubrió el abismo de una vida prácticamente hueca. Lloró lo que no está escrito pero al final, mira tu por donde, llegó a un lugar hermoso, un mundo repleto de señales que hablaban a las claras de la presencia de vida. Para que nadie se llevara a engaños, nada más llegar a su nuevo hogar una mosca se posó en su oreja y le susurró al oído el mensaje fundamental: no te creas propietario ni de la saliva que con dificultad maceras en tu boca; simplemente eres parte de la vida. Con el tiempo, por cierto, lograron mejorar sus condiciones de vida, porque descubrieron que tanta vida hay con frío que sin frío, con hambre que sin hambre, y lo cierto es que parecía haber coincidencia casi unánime en que era mejor vivir sin frío y sin hambre. Con otro poco más de tiempo descubrieron remedios que lo curaban todo, desde el cáncer más complejo hasta la más básica de las estupideces, pero la maldición de la muerte parecía no tener cura, lo que no dejaba de resultar una molestia y una incomodad para todo bicho viviente. Y ahí les dejé, vivitos y coleando, aunque molestos e incómodos.

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