viernes, 4 de diciembre de 2009

EL NIÑO DE LA NIÑA BUENA

No acabo de entender tu afán por los cuentos clásicos. Pero en fin, con tal de que te duermas como si nos tenemos que remitir a los antiguos egipcios. La historia de hoy va de una mala madrastra y de una buena niña que dormía, creo recordar, sobre un mal jergón. Para que veas. Tú duermes en una cama estupenda y calentita mientras las princesas de los cuentos duermen en colchones de mala muerte. En fin, el caso es a todo esto se estaban realizando los preparativos para una fiesta espectacular en el palacio de la capital. De esto sí que estoy seguro. Las hermanas de la niña buena, a la sazón hermanastras, se preparaban para ir ataviadas con las mejores galas, y hasta adornos de brillantes que no debían ser confundidos con granos de anís. La niña buena, empero, nada tenía más que lágrimas, así que no podía ni soñar con ir al baile. Por no tener no tenía no móvil. Pero su madrina, que debía ser algo parecido a un hada buena, concibió el milagro de convertir una calabaza en una carroza, de unos ratones sacó unos hermosos corceles más un cochero, y hasta pudo mutar a seis lagartos para convertirlos en seis lacayos porque tanto hoy día como antaño a las fiestas de palacio es conveniente llevar lacayos. Ya ves lo importante que es tener una buena madrina. Claro que tu madrina, tu tía Antonia, no parece que te haga mucho caso, y tampoco parece tener dotes de hada, pero a lo mejor cuando menos te lo espera viene en tu ayuda si te encuentras con un problema de verdad. Lo del vestido para la fiesta lo resolvió la madrina con un ligero toque de su varita mágica, así como el asunto de los zapatos, que resultaron ser lindos, pequeños y muy cómodos, según se pudo saber luego. Para que te hagas una idea sería algo así como una convers originales de la época, pero muy elegantes. Así pues, ya tenía la niña buena toda lo que le hacía falta para ir a la fiesta pero –si te das cuenta, con cuentos o sin cuentos, siempre hay un pero- su madrina la dijo tenía que estar de vuelta antes de las doce, lo cual me parecía cuando me contaron el cuento y me sigue pareciendo ahora una hora razonable. Ni que decir tiene que la niña buena, entre lo guapa que era de natural y todos los atavíos que le proporcionó su madrina, ser convirtió en la comidilla de la fiesta y el príncipe se quedó absolutamente prendado, primero de su belleza, y luego con su insistencia en irse cuando quedaban tres cuartos para las doce y la animación estaba en lo mejor. Tal fue el azoramiento de la muchacha en escapar que dejó olvidada por las escalinatas de palacio una de sus zapatillas. Y no sé si fue el Rey, o si no el Rey el hijo del Rey, o el presidente de gobierno, o algún ministro el caso es que quien tuviera tal función publicó un edicto en el que dejó claro que el príncipe se casaría con aquella mujer que pudiera calzarse esa zapatilla. Sólo los piececitos de la niña buena dieron la talla, ya que en zapato era bien pequeño, azaña ésta que completó sacando de su bolsillo la otra zapatilla. Y nada, que se casaron, y la niña como era buena y aún a pesar de que las hermanastras no hacían más que hacerla la puñeta, ella se portó muy bien y las dejó vivir en palacio sin dar ni golpe. Y colorín colorado este servidor se va para la cama y tu a dormir que ya va siendo hora. No te olvides de apagar la luz y como se te ocurra levantarte mañana antes de las once te descuartizo.

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