martes, 15 de diciembre de 2009

EL ENCUENTRO

Ladra el pájaro mientras el garbanzo continua vegetando en su habitual estado de somnolencia y remojo. Si bien es cierto que los tres habitan el mismo astro, el tercer planeta del sistema solar, me parecía a mi que seria tarea difícil, pero que muy difícil, conseguir que el perro, el pájaro y el garbanzo pudieran conocerse en los apenas cinco minutos que disponían para ello. Además, el garbanzo no dejaba de pensar tonterías, al punto de que quien esto escribe tenia la sensación de que si el garbanzo no dejaba de pensar estupideces ya, de forma inmediata, no lo dejaría jamás. El pájaro, por su parte, continuaba a su bola, soñando como siempre en un inexistente jardín repleto de pétalos de hortensias color blanco azahar, siendo el caso que si el sueño iba de pesadilla entonces las imágenes que venian a su diminuta tenían que ver con la inhóspita herrumbre de unas azaleas recubiertas de un verde mas que sospechoso. Respecto al perro, poco que decir. Desde que tuvo uso de razón insistía en comerse su propio rabo y en diseccionar su propia muerte, obteniendo como misterioso resultado de tanto esfuerzo unos ojos de can que carecían de fondo, de forma y manera que mientras te miraban parecían, no como si no miraran, que eso seria hasta normal, sino que no hubiesen mirado jamás de los jamases en toda su vida perruna. Convendrán conmigo que la cosa no estaba fácil para que el encuentro tuviera lugar. Lo más normal seria que la frialdad del más profundo de los silencios se adueñara de todo. Sin embargo, no todo estaba perdido. Los garbanzos son capaces de llegar muy lejos, tan lejos que llegado un punto ya no hay forma de seguirlos. Además, los designios de los perros son inescrutables y también son capaces de cosas extraordinarias, como la de avanzar mas allá de los trillados caminos de la conciencia. Y del pájaro que decir: tras su plumaje, en el interior de lo que parecía ser una casa desabitada, se adivinaba un alma hermosa. En fin, apenas si queda un minuto para que su pequeño mundo dejara de existir, pero bien pudiera producirse el milagro de que se sentaran a hablar sobre la esencia de las cosas exponiendo alto y claro sobre la mesa lo que cada cual tuviera a bien decir. Medio minuto. Quince segundos. Lamento informarles de que el milagroso encuentro no tuvo lugar.

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