Mientras
se tiraba a aquella hembra de la peor manera posible, pensaba que de la tarea
de reproducir la especie deberían encargarse aquellos en mejores condiciones de
innovar y enriquecer el acervo genético. Obviamente, éste no era su caso. Las
costras y otras sustancias que tenía por costumbre exudar conformaban, o eso
pensaba, un cúmulo de aminoácidos y bases frenéticamente garabateadas que en
nada ayudaban a mejorar la torpe y pretenciosa especie de la que formaba parte.
Cuando terminó, se dispuso a descansar al otro lado de la calle mientras la
perra continuó su camino sin darle al asunto mayor importancia.
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