Escarbando
en la mismidad de su propio yo, podríamos decir que en el tuétano de sí mismo,
encontró un mamífero, un bípedo implume que, tumbo a tumbo, se desplazaba
ensimismado entre letras y pensamientos nacidos vaya usted a saber en qué
rincón oscuro de su espacio neuronal. En perpetuo blanco y negro, sólo y ávido
de sol, cargaba su yo a cuestas y lo paseaba por bares y callejuelas cargadas
de abismos.
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