El
nimio vicio de amar se fue adueñando de su vida de modo y manera que aquel
varón, recién salido del noviciado, no encontraba la forma de abandonar el
ejercicio de las nobles artes amatorias, so pena de trauma. Inmerso en sus
intimísimas tareas, terminó autoengendrando algo parecido a un nuevo ser, un
algo que se adueñó de su cabeza y con el que tuvo que convivir el resto de sus
días y buena parte de sus noches.
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