Todo
lo que podía haber ido mal había ido mal, muy mal incluso, de ahí que libara
cada tumbo de la vida con una normalidad fuera de lo común y que necesitara
para sí todita la lumbre que podía encontrar si no quería morir helado. Él no se daba cuenta pero día a día la cal de
la luna se iba pegando a su piel obturando las arterias del alma. Tras el
trascielo de sus ojos se ocultaba un abismo de dimensiones descomunales.
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