Harto ya de mitades y de medias tintas, y apoyado en un “porque sí no más” que le sonó rotundo y definitivo, decidió poner fin a un estado de cosas en el que el sofoco inútil y el tedio se habían adueñado por completo de su existencia. Eligió el entrevero de un martes para abandonar el sempiterno sofá y entregarse por entero a un pasillo, una puerta y un portal que le condujeron a la misteriosa, cambiante y puta calle. Y el milagro se hizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario