Nunca
supo gestionar deseos y, ya fuese pecado, delito, falta de moral o enfermedad
aquello que trastornaba su ser, lo cierto es que poco o nada hizo por mitigar
su sed de entremuslos y su ansia de rocíos. Así las cosas, a nadie le extrañaba
que se entremuriese de puertas a dentro y que, de puertas a fuera, su alma
apareciera como desterrada de los bares y por ende del paraíso, por un dios
ciertamente poderoso.
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