Sólo
la temible arena plantaba cara a la debacle mientras los aguijones de sal
electrizaban la hoguera. Recuerdo el instante: la emplumada intemperie del
cardo añoraba el dulzor de los círculos rotos mientras mis labios se
embadurnaban de los tuyos y recogían para si todo el carmín del mundo. Y fue
ahí, en medio de tanta lluvia, cuando anidó en mí por primera vez el deseo de
amar la cicatriz que soy.
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