Se
encontraba en un lugar imaginario en el que las mareas mecían con dulzura un
mar sin límites, una extensión infinita repleta de millones de azules, verdes
esmeraldas y otros colores caprichosos y complejos cuya mera descripción
llevaría vidas realizarla, y donde los seres y los objetos dejaban flotar sus
almas transparentes en un esfuerzo inútil por evitar el roce y alcanzar la
eternidad. En estas estaba cuando un frenazo le despertó y una masa de cuerpos
en movimiento aplastó su cara contra el cristal del vagón. Allí no había mar.
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