Sin conciencia clara de sus auténticas intenciones, por puro instinto, se
dirigió a la playa en busca de la última gota de luz. En esa casilla puso todas las fichas y el resto – las esporádicas cimas de cordura, el gozo de la
palabra exacta, los últimos espasmos de culpa ordenados a modo de obsequios,…-,
quedó atrás. Fijó la mirada en el horizonte y allí estuvo mucho rato hasta
comprobar sin margen de error cómo sus ojos, infestados de salitre, se
estrellaban en el vacío.
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