Tanta
electrónica y tanto sexo ciberespecial aportó a su rostro una palidez de tiza y
una longitud de onda glacial que no auguraba nada bueno. Como las gaviotas,
vivía de los desechos y se pasaba las horas soñando con la posesión de un
imperio repleto de vastas cordilleras de basura. En su día libre, nada más
despertar, hacía gárgaras de whisky mientras esperaba que el ordenador
arrancase. Lejos de la felicidad, la lentitud de su computadora le trajo muchas
desgracias.
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