Durante
todo el día no pasó nada. El tedio y el malestar habían echado raíces en
aquella tierra de forma que, quien paseaba por aquél Jardín de Almas, parecía
ser mecido por las olas de una oscuridad extraña mientras el sonido de la
lluvia asaltaba sus oídos. En ese ir y venir de soledad en soledad, sus labios,
que hacía mucho parecían haber perdido el poder de juntarse con otros labios,
apenas si tenían otra misión que la de abrirse y cerrarse para emitir sonidos
que, a través del eco, le confirmaran su propia existencia.
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