Se
sabía sin remedio y no recordaba el momento exacto en el que se rindió. Nada
del otro mundo. Una cervecita. La aridez de su locura le conducía a un desatino
continuo de baja intensidad. Otra cervecita. Y luego otra. Y luego otra más.
Total, no había nada mejor que hacer para rumiar esa bilis amarga mezcla de
vacío y acidez de estómago. Y otra más. Y otra. Además de lástima, disponía
para él sólo de un universo en expansión a modo enorme sofá grasiento en el que
reposar su escombro óseo. Como pudo se incorporó, y fue a por la del estribo.
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