Nunca
se imaginó predestinado a la gloria. De hecho, rara vez su gusto o su placer
resultaban vehementes, y más raras aún eran las ocasiones en las que tenía como
meta la realización de grandes eventos cercanos al esplendor o a la
magnificencia. Aun así, había logrado estrechar lazos de fraternidad con las
estrellas y el mar, y quienes le conocían decían de él que el reflejo de sus
ojos asemejaba un río de aguas mansas. Se sentía, si no feliz, sí al menos
satisfecho.
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