En
sus finos oídos de verdugo experimentado seguía resonando el sonido íntimo y
seco de la última ejecución, y todo le invitaba a pensar que somos los
ceramistas de nuestro propio barro. Sin llegar tan lejos, lo cierto es que las
cosas del vivir se desplegaban ante sus ojos de manera sencilla y ordenada, y
transcurrían como si obedecieran al mandato de un puñado de leyes morales
claras. Sin saberlo, estaba al borde mismo de su macabra felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario