Unas
veces indomable y loco, como un caballo desbocado, otras con timbre
extrañamente sereno, como si cada palabra fuera tallada sobre la piel de una
madera blanda y suave, los poemas salían uno a uno de entre las manos de
aquella mujer olvidada. A propósito de esa labor, dijo más de una vez que se
limitaba a seguir la llamada secreta de una voz abnegada, indiferente e íntima
que le animaba a recoger y portear sobre sus hombros las ambiciones y todo tipo
de inmundicias nocturnas, para depositarlas finalmente sobre un papel con la
mayor dulzura de la que era capaz.
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