Se
limitaba a mirar al que miraba, es decir, se veía en el espejo, y aun a pesar
de la lluvia de pus, pudo ver cómo la oscuridad del mundo y los vendavales de
basura descendían a través de sus ojos. Cuando salió de la estancia la noche se
había adueñado del mar y los besos de maternidad salobre apenas si representaban
ya vestigios de antiguos deseos. Un mal sueño lo tiene cualquiera, se dijo para
tranquilizarse, mientras la porquería seguía arañando su iris.
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