Por
fin cayó sobre su ventana la tan esperada lluvia, dejando tras de sí un aire
ambarino y un viernes húmedo y quisquilloso envuelto en rastrojos de arrebol.
Atrás quedaron los tormentosos ojos de trigo innumerable que, a la sombra de
los metales, germinaban el más puro de los silencios. El atardecer dejó el
valle repleto de besos dulces como montañas de azúcar moreno, y de perlas
oscuras que encenderán la noche.
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