lunes, 9 de marzo de 2009

AZOGUE

Sé que el saber no ocupa lugar, y esto que sé lo supe no porque lo descubriera si no porque me lo dijeron desde muy niño y con el paso de los años me han venido insistiendo en ello con mayor o menor intensidad. Lo que no sabía, empero, es que el lugar que no ocupaba el saber lo va ocupando de forma sigilosa y callada la desmemoria, que es olvido de lo que fue y en algún momento se supo, razón por la cual pareciera como si la sutil limadura del tiempo no tuviera otra función que la de convertirnos en una especie carroña inadvertida o de ceniza amnésica, según el gusto funerario de cada cual. Despoblados los pliegues del recuerdo, queda sólo el asombro y la retranca del descubrimiento continuo de lo cotidiano. Esta comezón, que es picazón que nos va menguando o, para decirlo mejor, desazón moral que se extiende por todo el cuerpo y que no busca otra cosa que el apetito de la rememoración, demanda un consuelo, que no explicación, a la desmemoria que reina a la diestra de lo que somos. En este contexto, la mera evocación de verme refugiado entre su pelo, me produce un desconcierto vertiginoso y sorprendente que no sé muy bien como gestionar. Eso, y no otra cosa, es lo que me conduce al azogue de marras.

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