sábado, 21 de marzo de 2009

INQUIETOS

Aquellos que vivimos inquietos, cuando no es por el arte es por los dioses, y cuando no es por los dioses es por la ciencia, o por la falta de ciencia, o por el desazón que produce el arte contemporáneo en el alma de sus destinatarios, o por una sobredosis de dioses, o por cualesquiera de las posibles combinaciones y permutaciones que les parezca oportuno establecer a propósito de las ciencias, los dioses y las artes habidas y por haber, aquellos, en fin, que vivimos turbados por estos asuntos y lo hacemos, además, con una atención rayana en el rapto, desconocemos, como es mi caso, lo que es vivir en la intimidad de la intrascendencia, sin más consuelo que el ofrecido por el frío que subyace en la desnudez de la propia muerte. La inequívoca voluntad de totalidad encerrada en el corazón de toda ciencia, la pálida pulcritud de los dioses barrigudos empeñados en vivir para siempre, o el éxtasis producido por contemplar el traspaso del misterioso límite a partir del cual el objeto deja de ser objeto para transformarse en arte, cualesquiera de estos sucesos, digo, parecieran pretender salvar a sus protagonistas de las ya citadas heladeras y refrigerios, y de aquello con lo que se encuentra aquel que permanece en trance de perderlo todo. Es entonces cuando, etéreo y falto de esperanza, los personajes devastados y huérfanos de fe, gustan de recogerse en el riguroso silencio de la materia, dejándose llevar sin más al ritmo de las formas que se relacionan entre sí. Esto que les digo, que no supone novedad alguna al estar escrito desde tiempos inmemoriales en la frente de todos los perdedores, tiene su importancia, al punto que, por momentos, me pareciera como si todo lo demás resultase prescindible. Por eso, aunque evidente, me permito volver a explicitar lo que de inútil e inevitable habita en la degustación de ciertas inquietudes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario