martes, 17 de marzo de 2009

HIMALAYA

Por cortesía del destino, el espanto de descender uno a uno los tránsitos que me conducían a la instantaneidad se vieron mitigados en el rumor de un silencio que, al menos por una vez, todo lo pudo. Interminable ligereza sobre un fondo gris. Sumo elogio de la brisa. Ese fue el escenario sobre el que bebí el mercurio de su axila y el que me permitió, descuidadamente, ir asomándome a su helado pecho hasta cubrirlo por completo con los pétalos del desamor. Fue su mirada la devoradora luz que dejó en suspenso las leyes de la razón y me hizo abdicar hasta ungir la yunta del abismo. La testa, transida de signos inarticulados, se derrumbó como si se trata de una bandera más que, caída en las frías cumbres del Himalaya, saca el brillo alado de sus cuernos al sol del misterio. Sed amor, me dijo su boca, y si no podéis sed, bebed al menos y morid, apurando el amargo cáliz de la razón, hasta el último estertor de vida.

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