jueves, 26 de marzo de 2009

ESCRIBIR ALTO

Me observo a mi mismo en el cine, sentado en la butaca que hay justo detrás de mí, y me entran unas ganas locas de darme un pescozón que no se lo pueden ni imaginar. No hay duda de que mirar la nuca del tipo que tienes delante tiene su encanto, especialmente cuando el tipo en cuestión eres tu, si bien conviene reseñar que tal costumbre no está en modo alguno exenta de peligros. No sé si lo notan pero cuando me fustigo y, en general cuando me inquieto, o cuando me agito, además de vivificarme, tiendo a escribir alto. Por ejemplo, es muy normal que en verano, cuando me acompaño en el paseo alrededor de la piscina, sienta un deseo irrefrenable y bien fundado de querer empujarme al agua mientras me río. La sola idea de empujarme al agua me enardece, me produce como unas cosquillas tontas e inexplicables que me soliviantan y me hacen escribir alto. En fin, son cosas que pasan. Odio a los desalmados que escriben alto, sobre todo si son tan estúpidos como para darse pescozones en el cine y empujarse a la piscina con el peligro que tales actividades acarrean para la salud y la autoestima de quien las practica. Bien mirado, casi me alegro de que hayan inventado la muerte. Tipos como yo me sacan de quicio y me tranquiliza pensar que su pesadez para conmigo tiene un límite temporal claro, aunque incierto en su concreción.

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