viernes, 6 de marzo de 2009

EL CENICERO

Bastaría con que en un acto de angustia doméstica haya tenido la ocasión de abrirle a alguien la cabeza con un cenicero, o con que al menos lo haya intentado con cierta seriedad, para que esté en perfectas condiciones de entender lo que quiero transmitirle. No hay duda: el mal absoluto, camuflado en la grisura de la vida cotidiana, ataca de nuevo vestido de irracionalidad indiscriminada. El hombre que veo tras el cristal, el mismo que se prohibió a sí mismo soñar y aun recordar en exceso los ojos perdidos de sus victimas y la colección de despojos que, a modo de bestiario particular, le servía los días festivos de recreo y solaz, ese hombre digo, es el mismo hombre que alguna vez intentó, como ejercicio de autoayuda y acto de empatía solidaria, hacer suya la perspectiva que el ahogado tiene bajo el agua. Pero no lo logró. El dolor de no disfrutar de la presencia de un cadáver concreto al que agarrase le hizo vagar durante horas por un purgatorio al que se prometió que no volvería. Entre diario, sentado durante muchas horas en su vieja silla de tres patas, se esforzaba por llevar una buena vida manteniendo, al mismo tiempo, la conciencia relativamente tranquila. Una de sus fuentes principales de tranquilidad consistía en sumergirse en el pensamiento filosófico y científico. Allí sumergido, se dedicaba a pensar, por ejemplo, en que si nos atuviéramos a la limpieza, el orden y la racionalidad de cada crimen visto de forma aislada y no tuviéramos en cuenta el carácter esencialmente criminal inherente a toda la sociedad, cualquiera podría pensar que la sustancia inmunda que da vida a los asesinos en serie había demudado de lo anormal a lo paranormal y de ahí a lo eminentemente normal. Pero tanto raciocinio no daba lugar para la apelación al ángel rojo, que era de entre todas las cosas lo que más le gustaba. Así que nada, apenas transcurrido un mes desde la última salida y purificado de cualquier sentimiento negativo, volvía nuestro hombre a la calle, con un cenicero en el bolsillo de su gabán, tras los pasos de otra otredad.

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