jueves, 30 de abril de 2009

VIDAS PARALELAS

Mientras ordenaba su mercancía, el mercachifle se acordó que tenía que estar enfadado con algo o con alguien, de eso no había duda alguna, pero por más que fruncía el ceño y estrujaba su mente no atinaba a concretar el objeto de tal enojo. Sea como fuere, el disgusto debía venirle de muy lejos y no parecía requerir de excusas para mostrarse en todo su esplendor. En realidad, su corazón prevaricado y alevoso no necesitaba de grandes precisiones para destilar las necesarias dosis de amargura y tristeza. Al otro lado de la calle la vida era otra. Una llovizna alacre e inteligente daba sus frutos en forma de gotas que, una tras otras, se posaban sobre la tierra formando pequeños charcos en medio del jardín. Sentada en el porche sobre su vieja silla de enea, el barro atrincherado en los ojos de aquella mujer resistía bien los envites del tiempo y, en todo caso, nada la impedía disfrutar del aguacero que se colaban por entre las nubes hasta terminar acariciando, al fin, los sudorosos y retorcidos pétalos de la rosa. Su boca parecía dibujar una medio sonrisa cuando, en la acera de enfrente, el comerciante tuvo un presentimiento, y a renglón seguido, comenzó a llorar, y tanto lloró que se le cayeron los ojos. A todo esto, unos por hache y otros por be, nadie parecía prestar atención a una luz impoluta, jamás usada por dios alguno, que con dulzura y parsimonia se adueñaba de las calles del barrio.

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