martes, 21 de julio de 2009

DE VUELTA AL PARAÍSO

Yo no tengo culpa alguna de que la verdad me escogiera para revelarse. Eso que quede claro. De hecho, antes de la transformación, permanecía abrazado a mis cientos veinte kilos de humanidad y el tiempo que se acercaba a mis inmediaciones parecía un tiempo inmune al tiempo, como si no avanzara ni pa’tras ni pa’lante. Eran buenos tiempos estos de la inmovilidad, en los que vivía temeroso del trueno y de la lluvia, y me pasaba las horas diciendo eso de que parece que quiere escampar. Pero después del milagro las cosas cambiaron. Enemigo de mí mismo las más de las veces, clavé mis ojos en mí y me seguí, con el resultado de que mis ojos se quedaron por siempre ocultos tras una cortina de lágrimas. En los despertares, al cobijo del árbol del bien y del mal, la catarata de niebla transformaba el mundo ante mis ojos cada vez más cansados y enrojecidos. Y así una y otra vez todas las mañanas. A veces lograba descansar y entonces soñaba con parterres de ensueño donde viven aquellos que vivían y morían, los mismos que no encontraban forma humana de comer sin trabajar, y donde se ubicaba, gozo sobre gozo, todo aquello que dicen se necesita para ser feliz. Tonterías. Al despertar, y como no podía ser de otra forma, aún se notaba las marcas de la cadena que durante tantos y tantos años llevé al cuello, de forma tal que algunos días sentía una súbita nostalgia de hozar y gruñir por los rincones como buena alimaña que fui, sujeto al tiempo y a las enfermedades. La vuelta al paraíso, créanme, fue terrible.

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