miércoles, 1 de julio de 2009

NOSTRADAMUS

Con paso lento de hospital, extremadamente paciente, iba dejando tras de sí el inmenso desamparo que le proporcionaba su propia ausencia, y algo debía haber de cierto en todo eso, o tal vez fuera coincidencia, el caso es que con otro paso, esta vez con el paso de los días, la sonrisa fantasmal de sus labios adivinados y orondos resultaba cada vez más triste y apagada, al punto que una tarde tonta dobló las rodillas y como un pájaro herido cayó a los pies de la enfermera. La impostura propia de la carne desmemoriada y muerta se hizo a todas luces evidente, incluso para un tipo como él, muy dado a confundir la confusión con la locura y la locura con la muerte. Pero esto no era ni locura ni broma, y si lo era, la mascarada estaba realmente bien hecha y servía para encubrir algo muy serio. Siempre quiso ser profeta de algo, y la verdad es que no hubo forma. A falta de profecías dignas de un nuevo Nostradamus, se las apañó como pudo para vivir de los recuerdos infernales que le llegaban con profusión a través de sus ojos permanentes aguados y derretidos. Como me recordaba con asiduidad, él no pensaba, veía. Hacía tiempo ya que no escribía lo que veía, y como la enfermedad le impedía pensar en todos los libros que había leído, optó por pensar en todos aquellos libros que le quedaban por leer, obteniendo por ambas vías el mismo resultado: espacios de sombras en blanco que hablaban y hablaban de lo desconocido. Sólo el sueño, por liviano que fuera, le procuraba alguna paz. Por la mañana me había hablado de ríos de hojas y nubes. También de ríos de tierra. Todos eran ríos secos. Me habló también de sueños fracasados y de ingentes esfuerzos por soñar que resultaron baldíos. Quería soñar, decía, pero se lo impedían los pelos del culo, grumosos y sucios de pura mierda. Se veía a sí mismo cada vez más tentado a sumergirse en la barbarie del silencio. Hasta que, sin darse cuenta, lo logró.

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