sábado, 18 de julio de 2009

ENTERRADO EN EL MAR

Enterrado en el mar desde muy pequeño, razonaba las cosas de una forma sencilla y demoledora. Requería, eso sí, de silencio para entender y para hacerse entender, de forma tal que, ante la ausencia reiterada del tal silencio, rara vez llegó a entender nada y mucho menos logró que nadie entendiera nada en aquellas escasas veces en las que intentó decir algo. Políticamente inútil, solía colocar la ética por encima de la ideología, no veía contradicción alguna entre aquellos que pretendían cambiar la vida y aquellos otros que lo que pretendían era cambiar el mundo, y tenía por costumbre crear nutritivas verdades a base de hilar prodigiosas mentiras. Solía decir que disponía de un método infalible para burlarse de la muerte, consistente en reivindicar la vida hablando una y otra vez, como si de un tertuliano al uso se tratara, de aquello que nunca verá y de lo que nada sabe. Un buen día se vistió de tierra y escuchó a modo de canto una leyenda que hablaba de noches moribundas y de sangre, mucha sangre, que al parecer se beberán unos lobos sedientos. Pasó miedo. Desvalido y concupiscente a extremos inimaginables, al final de sus días se dejó llevar mansamente por unas cenizas huracanadas a la que llaman polvo de estrellas.

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