miércoles, 8 de julio de 2009

EL COJÍN

Aquel cojín olía enteramente a mí, es decir, olía a ondulada promesa de infierno, a pesadilla caliente y recta, a rompecabezas en penumbra, a gambón dormido y llevado por la corriente, a enajenación quebrada, a luz callada y seca, a anhelo atorrante…Las sensaciones eran demasiados fuertes y tuve que soltar con pánico el almohadón, pero la tentación de volver a reconocer en ese trapo buena parte de mis esencias pudo más que la prudencia, así que al cabo de un rato sumergí de nuevo mi nariz en él, y olí a fruslerías, a ojos vulnerables, a plegamientos secretos y defensivos, a cielos cargados de lloros y cantos mezclados e indistintos, a artista pretencioso capaz de enlatar su propia mierda y venderla en porciones, a encefalogramas más o menos planos. Olí por último a miedo, y esta vez sí, lo solté en banda.

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