lunes, 20 de julio de 2009

ENTRE ÉL Y YO

Ininterrumpidas hordas líquidas llamaban consecutivas a las puertas de su lagrimal, sin que desde los altozanos de ninguna inteligencia conocida se pudiese vislumbrar fin posible a todos los nubarrones que se cernían sobre un alma, la suya, en permanente estado de abatimiento. El tono general de su figura venía a representar la existencia de un personaje extraño e inquietante, equidistante entre el vacío y la tontería permanente. A pesar de la que imagino estaba cayendo de puertas a dentro, sus facciones no exteriorizaban mutación alguna. Nada pasaba, pues, a decir de sus gestos, y de pasar algo, cualquiera que tuviera tiempo y ganas lo que podría observar, no sin asombro, en los recovecos de su rostro, era cierto alborozo ubicado justo en ese espacio comprendido entre los párpados inferiores y las mejillas. Este rasgo íntimo de su personalidad, apenas perceptible entre diario, sólo emergía con claridad a la luz pública cuando su corazón, vestido de domingo, era presa de sentimientos encontrados y profundos, y balanceaba con insistente parsimonia su silla de ruedas en el porche de la casa principal. No sé por qué, mientras le miraba pensaba en que mira tú por donde, a la chita callando, se lo había montado más que bien, lo suficiente para no llamar la atención e ir desplazando poco a poco su gordo culo hasta posarlo en una parte del globo en la que, a la calidez y la humedad del clima, había que sumar unos insectos insufribles y un languidez general donde quedaba perfectamente camuflada su trabajosa inactividad. Ante la imposibilidad de desearle éxito alguno en su tarea, debido a la imposibilidad misma de imaginar la tarea en si, no cabía otra que mostrar en su presencia una respetuosa lejanía. Entre él y yo, así quedaron las cosas.

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