martes, 14 de julio de 2009

LA MANZANA

En mi interior las palabras navegaban sueltas e inconscientes, procurándome con sus graciosos movimientos tales roturas por la zona de los intestinos neuronales, que pareciera como si algún energúmeno me estuviera rajando por dentro. Al amanecer, los parches de morfina aún suponían un cierto alivio, pero conforme avanzaba el día me veía envuelto en una especie de nube de polvo y corcho en forma de sopor, por donde poco a poco iban encontrando carne las agujas del dolor. Bien entrada la tarde toda pantomima se hizo añicos y me puse a llorar, con el agravante de que aquello no terminó allí: esa misma noche conocí al diablo y, utópico como soy, me dispuse a jugar con él. Cuando me dijo que no, que no tenía tiempo que perder y que no estaba para tonterías, el poco alma que me quedaba se me cayó a los pies hecha una bayeta, de forma tal que en ese instante creo que no me hubiera importado morir. En el siguiente ya no, y en el anterior tampoco, pero en ese, precisamente en ese instante en el que me dijo que no, creo que todo llegó a importante una mierda, todo mierda y nada más que mierda. No tengo dinero para invertir en improductivos rencores, así que no le guardo ningún odio. A ver, terminemos con algo bonito que luego me acusan de patetismo innecesario... Pensemos… A ver, lo más agradable que me ha ocurrido durante el día… Sí: el contacto de los dientes con el metálico frío de la manzana recién sacada de la nevera: un lujo y una necesidad, todo a un tiempo. Si al menos pudiera volver a dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario