domingo, 26 de julio de 2009

HISTORIA DE UN DIOS MENOR

No importa lo que fuera, si juego, canto, voces, gestos, pantomima o ficción, lo que en realidad fue recibe el nombre de necesidad, y si este no fuera suficiente, añadan el de deslumbramiento. Este es el prólogo de la historia de hoy, una historia de comienza de la siguiente guisa: Un hombre tira de su memoria arrastrándola por los tortuosos caminos del espejismo, la decadencia y la rapiña. Ya comenzada, la historia va imponiendo su propia ley, que en este caso ha sido la ley de dios porque resulta que este mismo hombre que tiraba de su memoria resulta que quiere ser dios. Con ese enfoque de las cosas comprenderán que los problemas y enredos no tardaran en surgir, muchos de los cuales resultan comunes a todos los dioses en sus primeros pasos hacia el estrellato. Este nuestro aspirante a dios, a diferencia de otros, no pretende iniciar su andadura repoblando de hermosas criaturas los ilimitados confines de su señorío, si no que se dedica a hurgar en la experiencia de la soledad radical, que no es otra que aquella soledad en la que resulta imposible hacerse cargo de uno mismo. El nudo gordiano de la historia puede resumirse en la siguiente frase: Así fue como, poco a poco, lo imposible se fue haciendo más posible, hasta que de repente el hoy se hizo ayer y el hombre sin cabeza se puso a repensar la Historia, tratándose esta vez no de esta historia, la de hoy, si no de la Historia con mayúsculas. El instante revelador acontece cuando, borracho después de tanto beber de los húmedos vientos del norte, decide descansar paciendo allí donde pace el bisonte encantado. La historia de hoy es triste porque no hay nada más triste que un dios loco, y este aspirante al olimpo se volvió loco, o sólo como locura se puede explicar este final repleto de extravíos a modo de monólogos ensimismados en la que nuestro hombre intenta hacer suyas las irreparables goteras de un mundo que pareciera excesivo en todo y para todos, incluso para aquellos que se nos aparecen deslumbrados por la necesidad. Su padre, como casi siempre en las historias de dioses, ni pudo ni quiso salvarle. Fin.

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