sábado, 11 de julio de 2009

EL NUEVO DORADO

Desde su trinchera de música, libros y películas, y sobre la mesa que más le gusta, baraja el poeta sus cartas de corazón de tinta en busca de la palabra que le conduzca a la invisible sima del último poema. Para ello, remueve y vuelve a remover una y otra vez la apabullante colección de malas noticias convencido de que allí encontrará aquello que busca (nuevas energías sonoras, los límites de una proyección, el amanecer de unos ojos azules repletos de asombro), pero su peculiar ética del dolor le incapacita para seleccionar la linterna roja que necesita para ver allí donde la luz ciega. A la espera de un encuentro consigo mismo, decide mirar ahora en los confines del paraíso inhabitado, y lo que encuentra tiene interés pero tampoco le sirve: un ladrón de sombreros se devana los sesos intentando encontrar algún modo de reconstruir los sueños. Descartado el dolor y los sueños, no queda otra que echar un vistazo al exterior, allí donde menos es más y allí, también, donde la resistente dignidad del ser humano se convierte en un fetiche al que algunos llaman utopía. Pero del exterior vuelve como se fue: derrotado y con las manos vacías. Hablando consigo mismo, y por decir algo, le viene a decir a quien le acompaña que mañana no será lo que dios quiera, y que encontrar la caja de los deseos, ese nuevo dorado repleto de palabras inesperadas y hermosas, va a resultar más trabajoso de lo que parecía.

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