sábado, 4 de julio de 2009

EL JUICIO

Estaba tan hartito de tantísima confusión, que se prometió a sí mismo, en cuanto tuviera un rato, separar la luz de las tinieblas. Pero antes tenía que terminar de descubrir la ligazón entre la avaricia, la lujuria y la muerte. Y la tarea no era fácil. Aún resonaba en su cabeza lo que de caduco descubría en todas las cosas. En medio de un bosque de odios, el lado oscuro de su ser pareciera no poder superar una cierta tendencia a recrearse en esa sucesión de traiciones, desdichas y toros embolados a la que llamamos mundo. Sea como fuere, no parecía oportuno morir dos veces, y por eso se extrañó cuando muy de mañana bajó a la playa y escuchó los ecos de los ahogados diciendo lo que ya sabía: que más allá no había nada, nada de nada, y que antes de la nada sería juzgado. Un buen día Thoth pesó su corazón en la balanza y ordenó al escriba anotar su peso. En eso consistió el juicio. Ni declaraciones, ni abogados, ni pruebas, ni asomo de reflexión por parte alguna. A la postre, todo se redujo a pura matemática.

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