jueves, 9 de julio de 2009

PÚBLICO

Justo es, que no me reconozcas. Las manadas de mares primero, y las bandadas de palomitas después, organizadas unas y otras en tropeles de torbellinos devoradores, han transformado mi bajo vientre hasta convertirlo en algo ciertamente irreconocible. Y fue precisamente para festejar esta debacle que ordené a la orquesta de guerreros sin dios la ejecución de un hermoso réquiem, cosa que hice sin otro objetivo que conseguir ver a mi carne difunta bailando al son que marcan los tiempos. Después bajé de la estatua, até el caballo a la verja, y arengué al público de la plaza, ese mismo público al que tanto debo y del que tanta gloria esperaba conseguir. Tengo para mí que el público en su mayoría no entendió nada, pero que mis palabras enternecieron a los más débiles de corazón y logró sobrecoger, sin duda, el sebáceo aire de la tarde. La estrafalaria gloria de la que disfrute, que resultó ser tan efímera como tantas, me permitió al menos insuflar en los ventrículos del alma cierto aire que vivificó secretos tules ya casi olvidados. El jurado del público, amable como siempre, me hizo entrega de una concha, dijo haber escogido al mejor, y ordenó de inmediato mi sumaria ejecución. Justo es, pues, que no me reconozcas, ya que jamás esperé que pudiera obtener tanto y tan merecido reconocimiento de un público tan atento y entregado.

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