jueves, 2 de julio de 2009

DIVINO ANIMAL

Un manojo de espadas púrpuras habitaban dentro del enjambre de carnes que conformaban su ser. Iban y venían los aceros retorciéndose al son de los acontecimientos e impidiendo así, con la cadencia de su vaivén, que cicatrizaran las viejas y no tan viejas heridas del alma. Falto de sustento, la vida se apagaba en melancólica inquietud, como una vela venida a menos. Soñó con ser sólo cosa, lágrima coagulada deambulando entre los amplios ropajes del miedo. Soñó también con una ola que se mostraba desnuda ante un mundo repleto de enigmas. Tuvo ensueños de eucaliptos y pinos, nostalgia del porvenir y de las cosas que han pasado. Sogas umbilicales, caracoles voladores y plantas bebedoras de leche, cualquier cosa, juró por lo más sagrado que daría cualquier cosa, con tal de sentirse necesitado. Soñó que los ojos de uno, sus ojos, se anclaban en los ojos de otro, que resultaron ser unos ojos indescifrables y desconocidos. Ya despierto pensó que el divino animal que somos reclamaba del mundo algo que no fuera la revelación de una renuncia más. No más renuncias, se dijo, y volvió a escribir: tiempo de mi tiempo, palabra sin principio ni fin.

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