jueves, 16 de julio de 2009

MUTANS MUTANDIS

La señal parecía dada: los pájaros se ocultaban para morir y los perros enloquecían silenciosos, medio carcomidos por los latigazos del sol en aquella playa de guijarros somnolientos. Allí mismo se enjugó el sudor de la frente con el reverso de su mano y acto seguido pasó a convertirse en un animal puro, puro y no tan duro como quisiera, en un mamífero bípedo antaño racional, que bailaba por dinero, como bailaba el can, y hasta por pan si se lo dan y el hambre apremia. Si diésemos por cierta esa sentencia de Petronio según la cual la elegancia es la última esperanza de los pobres, ese pobre animal que tenía frente a mí pareciera que hubiese perdido hace ya tiempo toda posible esperanza. Ruido sobre ruido, sentí su vida desmenuzarse ante mí y girar como rueda que gira cada vez más lentamente en la molienda de los días y las noches, todo inestable, todo fugaz, hasta que logró acomodar su instinto al mundo como nuevo centro de gravedad. El sueño, cualquier sueño, resultaba perturbador. La mutación duró apenas un rato y lo cierto es que el inventó no prosperó, pero su esfuerzo transformador, su capacidad de cambio e innovación, ahí quedó para siempre como ejemplo de generaciones futuras.

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