domingo, 24 de enero de 2010

ENTRE LADRILLOS

El indudable influjo que la luz ejercía sobre su torpe cabeza explicaba si no la totalidad sí al menos una parte importante de su gusto por las habitaciones vacías y las paredes. Así, no era extraño el día en que tenía la sensación de haberse convertido en una habitación vacía. Una vez allí, se sumergía silenciosamente en las tinieblas de ladrillos y se pasaba horas y horas entre sus paredes de estructuras rojizas. De hecho, sentía que en algún rincón de su cabeza tenía un ladrillo que flotaba. Un día resultó que olvidó el camino de vuelta al ser, dándose la graciosa coincidencia de que fue el mismo día en el que resultó que el cielo no pudo soportar el peso de las estrellas. Eso es lo que resultó. Resultó también que un algo parecido a un olor con sabor a piel, un algo denso como una marea, iba subiendo despacio y terminaba adoptando las formas típicas del sueño. Soñaba pues, y él era parte de ese sueño en el que soñaba haber olvidado las leyes básicas que gobiernan el mundo. Era un sueño feo y absurdo, pero es lo que soñó. No es que se produjera un desfase entre lo que creía que era el ser real y la auténtica realidad del ser, es que se hizo uno con el ladrillo y dejó de creer en la existencia de seres que habitasen realidades más allá de las cuatro paredes de su piel, una piel cada día más sucia que albergaba un ser cada día un poquito más vacío.

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