miércoles, 6 de enero de 2010

!UNA EME!

Como no podía ser de otra forma, la decimoquinta letra del abecedario español, que atiende al nombre de eme, no sólo tiene su corazoncito y es sinónimo de mierda cuando se enuncia entre exclamaciones, sino que posee también una genealogía sobre sus espaldas digna de ser contada. A fin de sintetizar, situaremos su origen más remoto en los jeroglíficos egipcios donde era representado como ondas de agua. Posteriormente, los griegos utilizaron ese mismo signo, acortando eso si sus acuáticas ondulas, bajo el nombre de Em y los romanos de Mi, resultando su grafismo muy parecido si no el mismo al que los castellano hablantes utilizamos al día hoy al menos cuando pretendemos escribir en castellano. Esos mismos hispanohablantes decimos de la eme que tiene un sonido consonántico, ya que es consonante, bilabial, ya que resulta necesario para su correcta pronunciación la concurrencia de los dos labios, y nasal, ya que es por narices que se debe escribir eme delante de la be o la be. Por muy ambiguo que parezca la fuerza de este último razonamiento, no por ello deja de ser cierto, aún a pesar de que muchos de los habitantes de Canberra y hasta el propio Gutenberg mantengan sus naturales discrepancias. Hubo quien pensó en su tiempo que esta consonante nunca debiera preceder a otro consonante, pero afortunadamente las cosas no son así de rígidas ya que no debemos olvidar que, además del ya comentado caso de la eme antes que be o pe, existen otra muchas de las palabras de raíz griega cuya pronunciación en lengua culta pronunciación prefiere quedarse con la misma raíz griega, como ocurre con el conocido caso de la mnemotecnia.

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