viernes, 22 de enero de 2010

TEMBLOR

Temblaban las palabras en su boca y pensaba que ese temblor debía ser metáfora de algo. Claro que no era tonto y sabía que había quienes pensaban que con las metáforas ocurría como con la muerte, en el sentido de que detrás de las metáforas no había nada, y que todo, metáforas y muertes, no eran más que formas peculiares de entretener insomnios, siendo así que el tiritar de las palabras en su boca podría no ser sino expresión de ese entretenerse en la propia nada. Sea como fuere, no tenía nada mejor que hacer así que a cada rato se salía de sí mismo en busca del tan deseado temblor, como los viejitos del barrio salen al parque en busca del tan deseado sol de invierno. Luego volvía en sí, sobre todo a la hora de comer, y así conseguía desenredarse un poco de la muda elocuencia que destilaba de sus ojos café. Un día no pudo más y dijo cinco palabras. Y como las dijo con voz taimada, resultaron ser cinco palabras taimadas. La infertilidad de la luna oculta tras unos cirros nocturnos, la misma de la que disfrutan los mensajeros de malas nuevas, nunca logró mitigar su temor a resultar demasiado rotundo. Rotundo, decía, como la reineta. Y así fueron las cosas hasta que se sintió final.

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