lunes, 11 de enero de 2010

ESPIRAL DE VACÍOS

Resulta difícil transmitir qué es lo que sentí. El frío sol del atardecer se colaba entre las ramas de los árboles desnudos y llegaban hasta mí sonidos de pequeñas ramas rotas y animales invisibles. Si al menos hubiese aprendido a recordar. Era demasiado pequeño y su imagen llegó como la aparición de un rayo. Allí estaba, colgado de aquel árbol. Como si nunca hubiese conocido otra forma de estar. Como si nunca hubiese existido. En equilibrio inmóvil, como una flor seca. Perforo en mi oscuridad interior con la tranquilidad que da saber que se trata de un trabajo con visos de eternidad, pero los gusanos comecadáveres y los descendiente de suicidas tenemos visiones distintas a propósito de la eternidad. El venenoso humo de lo cotidiano va depositando sus cenizas sobre mi voluntad y termina embotando mi testa con un runrún pegajoso que se manifiesta en forma de asco. Como era de prever, termino dando la razón a los gusanos. No es fácil levantarse de la cama vacío y continuar la vida. No es imposible tampoco que a este vacío le siga otro, y así sucesivamente hasta que la espiral de vacíos me conduzca de nuevo a un lugar equidistante entre la nada y la vertical de aquél árbol.

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